Los
gritos me despertaron como cada mañana, desde que tenía 16 años.
Me
levanté y me dirigí hacía la cocina, mis padres habían discutido
la noche anterior y la cocina estaba echa un desastre.
Miré
el reloj, las siete y media, hoy ha madrugado mi vecino ¡Pobre
mujer! -Me dije a mí misma.-
Me
puse a recoger todos los objetos que se habían arrojado mis padres
la noche anterior y a poner un poco de orden entre tanta suciedad y
bicho andante.
Me
quedé fijamente mirando la ventana, imaginándome un mundo en el
que no existiera el maltrato, la suciedad, ni las injusticias. Pero
miré a mi alrededor y me di cuenta que todo lo que soñaba nunca
existiría en mi vida. Tengo que afrontar mi realidad, mi destino -me
dije a mí misma-.
Desperté
a Rosalía, de diez años y a Joselito de cinco añitos, mis hermanos
pequeños. Al ver el desayuno tan humilde que había comenzaron a
reprochar. Pero ¿Qué les iba a decir? Si los únicos pesos que
entraban en casa eran los pocos que me daban recogiendo la basura de
los demás, desde que echaron a mi padre de la comisaria por su
problema con el alcohol.
Los
llevé al colegio y después me dirigí a mi trabajo.
Me
puse mi uniforme y me fui a limpiar las calles de mi ciudad, México.
Odiaba
mi trabajo, recoger toda la porquería de aquella gente, a la cual el
medio ambiente y a la contaminación le mostraban el mínimo de
importancia.
Al
terminar indignada, me fui a por mis hermanos. Al llegar me encontré
con Doña Avelina, la profesora que me transmitio la pasión por las
leyes.
Nos
abrazamos y sin querer pasaron tantos momentos por nuestras cabezas
emocionándonos.
Al
llegar a casa escuché llorar a mi madre y corriendo fui a ver lo que
sucedía. La pobre tenía toda la espalda de moratones, esta vez mi
padre se había pasado. Indignada, entre lágrimas le supliqué irnos
de allí, de aquel infierno en el que vivíamos metidas hasta el
fondo. Pero sabíamos que si nos marchábamos mi padre nos
encontraría, se llevaría a mis hermanos y a mi madre, y a mí…
Destruiría mi vida, hasta el fin de mis días. Eso me aterraba, pero
así no podíamos seguir viviendo, nos marcharíamos como fuese, lo
tuve clarísimo cuando vi la lágrima de mi madre, precipitándose
por su triste rostro.
Pusimos
todo en orden, y transcurrido una semana cuando teníamos a mi
desgraciado padre engañado, cogimos un autobús rumbo a Cuernavaca,
a unos 50 kilómetros de México. Con la adrenalina que corría por
nuestras venas no nos percatamos de las miradas que se posaron en
nosotros mientras nos montábamos en el autobús, unas amistades de
mi padre nos observaron .
Cuando
llegamos a Cuernavaca, la imagen que nuestros ojos pudieron observar
nos hizo creer que habíamos entrado en el paraíso.
Nos
dirigimos a un albergue, donde pudimos disfrutar dos noches. A la
tercera, por desgracia, todo acabaría. Pasemos de la libertad a
estar más encerrados que nunca, y es que el desgraciado de quien se
hacía llamar Padre, nos encontró.
La
última imagen que tuve de mis hermanos fue cómo se alegaban en un
coche con Madre.
Yo
al contrario -no se si llamarlo suerte porque perdí de vista a
padre, o desgracia por donde me había llevado- fui raptada por unos
agentes y llevada a prisión.
Por
el camino pude mantener una conversación con estas personas, en la
que me hicieron ver que no eran tan crueles como pensaba, y en la que
me contaron todo lo que había sucedido desde nuestra escapada:
Mi
padre movió todos sus contactos para encontrarnos y me denunció por
secuestrar a mis hermanos, me pareció tan gracioso que no nombrase a
mi madre ¿Ha caso ella no me acompañaba? ¿Por qué no aparecía en
ningún lado?
No
sé cómo se lo montó, pero lo hizo de tal manera que me metieron
directamente en prisión, sin juicio, solo con acusaciones.
En
ese mismo instante maldecí toda la corrupción en la que me sentía
sumergida.
Gracias
a Einsten, mi compañera era una increíble, hizo todo lo posible
para que saliese adelante, y construyese una esperanza, la cual la
había perdido totalmente y si no fuera por ella no hubiera podido
contaros mi historia.
El
tiempo que estuve allí me dio para estudiar derecho y conseguir un
título de abogada.
A
los 6 años de estar presa, harta de enviar cartas a todos los
superiores de la cárcel, me escucharon e investigaron mi caso.
Parece
ser que mi padre, al tiempo de yo entrar en prisión tuvo un
accidente de tráfico estando ebrio, en el cual falleció.
Y
por desgracia, de mi madre y mis hermanos no sabían nada.
Al
descubrir que todo era un error me dejaron libre y me dispuse a
encontrar a mi familia.
Fui
a mi antiguo barrio, pero mi casa la encontré abandonada.
Mi
vecina de siempre al verme se me acercó muy contenta, y me contó
que gracias a mi madre ella tuvo las fuerzas para separarse de su
marido y echarle de casa, y por fin, ser realmente feliz.
Al
morir mi padre, le dieron una paga a mi madre y se fueron a vivir
lejos de todo aquello, dejando atrás todo el pasado, toda la
tristeza vivida.
Me
puse en camino a mi nuevo hogar, junto a mi familia. Comencé a
ejercer de abogado pudiendo defender a gente inocente y comenzando a
cumplir todos los sueños, los cuales un día los había dado por
imposible.
Fue
el principio, de una nueva vida.
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